Milagro Eucarístico de la Venerable Inés de Moncada

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Historia de la Venerable Inés

El 25 de junio de 1338, En Guillermo de Pedrós y Na Ángela de Alpicant, de familia de vetusto linaje y prestigio tuvieron, en la calle Mayor de Moncada, a su primera hija, Inés. Desde muy temprana edad, la pequeña Inés demostró ser diferente a los demás niños. El “ángel” de los criados de la casa era una niña risueña, alegre y con una clara inclinación mística.

El día de Navidad, cuando Inés solo tenía 5 años acudió con su madre al templo, en el que se celebraba la Misa de L’Alba. La pequeña atendía a las palabras de sacerdote cuando de repente quedó atónita, y, señalando con el dedo hacia el altar le dijo a su madre:

-Mire, mare…!

Su madre le mandó callar y la niña insistió.

-Mare! Mire quin xiquet!

-Quin xiquet filla, de què parles?

-Del xiquet de Na Febrera!

_Calla Inés, calla te mane!

Al terminar la misa, Inés no dejaba de llorar. Le temblaban las manos y tenía un aspecto febril. Su madre, para calmar su llanto decidió llevarla a ver al niño de Na Febrera, que era una vecina de la Calle Mayor. Cuando vio al pequeño, aseguró que su misma cara se había presentado en manos de Mosén Jaume, en la forma que estaba utilizando durante la eucaristía.

Inés volvió a ver al “xiquet de Na Febrera” en las dos misas más que se celebraron ese mismo día. Su madre estaba ya desconcertada aunque una alegría la invadía. Mosén Jaime se da cuenta de que algo extraño y magnífico está ocurriendo.

Horas después de la tercera misa de la tercera visión de Inés, el rector franquea el portalón de la casa de los Alpicant. Sienta a Inés sobre sus rodillas y le pregunta:

-Dis-me bonica. Què has vist?

La niña relata, con alegría desbordante, todo lo acontecido durante las eucaristías.  Le cuenta, que el niño que ella ha visto no es el hijo de su vecina, ya que este niño, era “més bonico, més blanc”. Les cuenta a los presentes, con lenguaje infantil, que este niño desprendía fulgores en el altar.

El tercer día de Navidad, el “niño” se hace presente de nuevo delante de Inés. El nombre de la niña corre de boca en boca por toda Moncada, multitud de curiosos acuden al caserón de los Alpicant para escuchar los detalles de labios de la pequeña. “Alabat siga Déu!, Què ditja de mare!, Eixa xiqueta será una santa!”, solo eran algunas de las alabanzas de los moncadenses.

Mosén Jaime estaba seguro de que aquella criatura no podía mentir, y solo él era capaz de comprender el por qué Dios se dignaba a manifestarse así. Por ello, decide entrevistarse con los padres de Inés, y los cita el día siguiente, después de la Santa Misa y ante la presencia de unos treinta fieles, así como otros sacerdotes y miembros de la familia Alpicant.

El párroco ha consagrado dos formas y toma con la mano derecha la única forma consagrada que le queda, la vuelve cara a los fieles. En la mano izquierda otra forma igual, pero sin consagrar, algo que solo él sabe. Se acerca a Inés, y le muestra las dos formas.

-Dis-me, Inés. Veus al xiquet?

– Sí, ahí.

Inés señala la mano derecha. Mosén Jaime se cambia las formas de mano. Se las vuelve a mostrar. Inés vuelve a señalar la forma que sí está consagrada, que se encontraba en la mano izquierda.

Mosén Jaime necesita más pruebas, y por ello, parte la forma consagrada en dos, se la vuelve a mostrar a Inés, que afirma que ahora ve a dos niños.

-Beneit siga el senyor! Clama el sacerdote entre lágrimas.

Inés vive, hasta los 19 años, una vida plena, mística, con una clara vocación, dedicar su vida al Señor, entrar a formar parte de un convento. Ella quiere ser esposa de Cristo, pero su padre tiene otros planes para ella. La ya joven Inés estaba en edad casadera, y, al no tener los Alpicant varón para que heredara su fortuna, deciden casar a Inés, el mayor pretendiente, un joven de la calle Mayor, también de buena familia; pero Inés ya tenía claro qué iba a hacer con su vida, había consagrado su futuro delante del Mestre Vicent Ferrer, el pare Vicent le había entregado la corona del Señor.

Inés decide confesar a su madre qué intenciones tiene, Na Ángela solo responde con lloros y un gran abrazo, pero el padre las interrumpe e increpa a Inés con voz autoritaria que aquello era “una locura”.

Al día siguiente, estando Inés sola en el caserón familiar escapa, no sin antes cortarse el pelo y cambiando sus ropas para parecer un hombre. Se dirige hacia la Cartuja de Porta-Celi, habitada por monjes. Después de tres días de caminata, por fin llega a su destino. Como el aspecto suyo engañaba, los frailes, creyendo que era un muchacho desamparado, la acogieron enseguida. Pero, una vez dentro, transcurrida la primera noche sin revelar su identidad, a Inés le urgía desahogarse, descubrir el fraude, y pidió confesión al coadjutor.

Su confesor le asegura que es imposible que cohabite con ellos, pero le da una solución, le manda encargarse del rebaño, aunque deba de ir a vivir a una cueva situada en la montaña. A partir de aquel acuerdo, Inés, durante cuatro años, fue el Benjamín de la Cartuja, el pastoret que además de ocuparse del rebaño oraba a escondidas, sometiendo su cuerpo a durísimas disciplinas penitenciales, ofrecidas para la redención de almas descarriadas. De nada sirvió que el coadjutor, viéndola pálida y ojerosa, la amonestase.

La noche del 25 de junio de 1428, cumpleaños de Inés, una luz ilumina la montaña, ilumina la cueva. Los monjes, presionados por los medrosos lugareños, que lo atribuían a un fenómeno sobrenatural, ascendieron hasta aquel paraje, casi inaccesible. Cuentan que, cerca ya del rodeno, un perfume fresco, más aromático que las fragancias a pino, mirto y tomillo, los envolvió. Poco después, al pie de una tosca cruz, hallaron el cuerpo, desplomado e inerte, de la virgen moncadense, despidiendo un nimbo de luz cegadora. Su confesor, entonces, con la voz entrecortada, desveló el secreto del falso pastoret y, en ese instante, el campanil de la Cartuja comenzó a voltear por manos invisibles. Tan intenso fue el repique que, a la mañana siguiente, cuando dieron cristiana sepultura al cadáver bajo el altar de la primitiva capillita gótica del Monasterio, la campana enmudeció, rota en mil pedazos.

Hoy en día, la peregrinación a la Cueva de La Venerable Inés sigue siendo un recorrido hecho por multitud de fieles y curiosos que quieren conocer el lugar en el que habitó esta gran mujer de Moncada.

AUCA de la venerable Inés

Camino de la venerable Inés