3ª clave: Prioridad del domingo

Resurrección

Lectura de Deuteronomio 5, 12-15

1. Santificar las fiestas 

En el cuarto día de la creación, Dios crea el sol, la luna y las estrellas, para “que sirvan de señales para las fiestas, los días y los años”. Para el autor del Génesis la vida no está compuesta de meses, sino de fiestas. Ellas marcan nuestra historia porque nos ayudan a parar, y en comunidad agradecer y bendecir tanto don recibido. Solo así, la vida no se vuelve monótona, astía, incomprensible y sin sentido. Vivir las fiestas, santificándolas, como nos pide el tercer mandamiento de la Ley de Dios, no es sólo cumplir el primer  mandamiento de la Santa Madre Iglesia de “oír misa todos los domingos y fiestas de guardar”, sino que es un estilo de vida que nos ayuda a organizar, vertebrar y entender toda la vida. 

Esto está muy lejos del modo habitual que nuestra sociedad propone para vivir el domingo, como día de ocio, de huir de la monotonía de la vida semanal, de desconexión: centros comerciales, plataformas digitales, fútbol, video juegos, Redes Sociales… en el que, en el mejor de los casos, meter con calzador, “el precepto dominical” es toda una odisea: “vamos cuanto antes y así nos la quitamos de encima”… o “vamos a última hora que ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer en este domingo”…  

2. Pero ¿por qué es tan importante el domingo?

Es necesario recordar la profundidad del Domingo, para contrarrestar las dificultades a la hora de vivirlo y la simpleza con que lo vemos habitualmente. Es el día de la creación, donde, después de todas las dificultades de la semana, se nos invita a contemplar el mundo y gozar del regalo de Dios, proclamando que « todo estaba bien» (Gn 1,10). Es el día de la liberación donde celebramos que Dios escucha nuestro clamor y nos libera de las esclavitudes que nos han amarrado y amargado. Es el día de la Resurrección, donde celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte, sobre nuestra muerte, sobre todo lo que es muerte para nosotros. Él ha bajado a nuestros infiernos. Es el Día del Espíritu, porque fue en domingo cuando los apóstoles recibieron el don del Espíritu y cuando por primera vez, Pedro proclamó el Kerigma, congregando en la unidad a un pueblo venido de muchos lugares distintos. Por eso es el día de la Iglesia, que como una familia se reúne, no para “oír misa”, como si de una acto individual y piadoso se tratara, sino para ser convocado en comunidad por el Maestro. Es el día de la eternidad, recordándonos el carácter peregrino de nuestra vida y la dimensión escatológica en la que de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último «día del Señor», el domingo que no tiene fin. En definitiva es el día irrenunciable.

3. ¿Cómo vivir el domingo?

El domingo nos invita a descansar para poder tomar distancia del ritmo avasallador con el que vivimos, es el momento en el que dejamos que Dios sea Dios: las preocupaciones encuentran su justa dimensión, las cosas materiales dejan paso a los valores del espíritu, las personas recuperan su verdadero rostro, la belleza de la naturaleza es redescubierta y gustada profundamente. El domingo nos invita a ser iglesia doméstica por medio de la liturgia familiar: momentos sencillos de oración, al llegar, salir, viajar, iniciar el día, antes de las comidas, al ir a dormir… signos y lugares religiosos en la casa: rincón de Oración, imágenes, Biblia abierta, recuerdo de los difuntos, Corona de Adviento, Belén familiar, palma en el balcón, Cirio en Pascua, imagen de la Virgen en mayo… El centro del domingo es la Eucaristía que debe ser programada, preparada, y vivida como el momento más importante de la semana. Por último, el encuentro profundo que prioriza al matrimonio, a la familia, a los amigos… como presencia del Dios del amor y, que se concreta especialmente en la fraternidad, en las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado. 

Te alabamos Señor,
porque nos has regalado las fiestas
para poder darte gracias y bendecirte
por todos los dones recibidos de Ti.

Gracias, especialmente por el Domingo,
día en el que nuestro corazón
se llena de agradecimiento
porque nos amas tanto,
que has hecho para nosotros
este mundo inmenso y maravilloso.

Nos amas tanto, que nos das a Tu Hijo,
Jesús, vivo y resucitado
que nos acompaña hasta Ti.
Nos amas tanto, que nos reúnes con Jesús,
como a los hijos de una misma familia.
Nos amas tanto, que un día, nos regalarás
un domingo sin ocaso.

Te pedimos que cada domingo
sepamos descansar en Tu Amor,
que hagamos de nuestra familia
una verdadera iglesia doméstica.
Que gocemos del don de la Eucaristía
vivida en comunidad,
y que sepamos propiciar encuentros
fraternos y solidarios.

Gracias Señor por el Domingo.

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