No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo. Las técnicas son buenas pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción del Espíritu Santo. La presencia del Paráclito incluye el espíritu de revelación que Pablo pedía para los efesios (Ef 1,17); porque reconocer a Jesús como Salvador y Señor no es obra de un raciocinio o deducción mental, sino revelación del Espíritu de Dios vivo, que nos lleva a la verdad completa (Jn 16,13). El Espíritu nos da testimonio de que somos hijos con derecho a la herencia. Por eso, antes que nada, el evangelizador debe haber tenido su Pentecostés personal. (EN75)
Oración
Oh Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo, Inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para la gloria de Dios, bien de las almas y mi propia Santificación.
Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar.
1- Un sacramento atado
Los sacramentos son verdaderos regalos de Dios para con nosotros, pero no son ritos mágicos que actúan mecánicamente sin que el hombre se entere, son regalos a los que hay que quitar el precinto, de lo contrario, están atados por el pecado sin poder actuar en nosotros. Esto no debe escandalizarnos, Pablo llega a Éfeso y se encuentra un grupo de discípulos a los que por su modo de vivir les pregunta ¿habéis recibido el Espíritu Santo? y no se trata de que fueran malas personas, ni mucho menos, pero algo en ellos estaba frío, habían recibido el bautismo de conversión, pero no el Espíritu Santo. Nosotros sí lo hemos recibido, pero puede ser que esté atado y encadenado, necesitando avivar con un nuevo Pentecostés el fuego del amor de Dios.
2- Dependencia del Espíritu Santo
Como pueblo de Dios, hemos sido liberados de la esclavitud y, es en ese entorno de liberación, en el que se nos entrega el Espíritu que nos hace clamar Abba, porque ya no somos esclavos, sino hijos y como hijos que somos, nuestra vida es relacional con el Padre, de modo que ya no buscamos un nombre, porque se nos ha dado, ya no vivimos para nosotros, sino para Aquel que nos ama y nos ha regalado un carisma concreto para bien de la comunidad, que nos impulsa a proclamar aquello que nuestro corazón desborda: El kerigma, el anuncio de la Buena Noticia que nos ha transformado y que no podemos callar.
3- Este Espíritu, es un viento huracanado
En no pocos espacios, el viento huracanado de Pentecostés se ha convertido en “aire acondicionado”, al que controlamos, que no nos da sorpresas porque lo ponemos a la temperatura constante, sin altibajos que nos hagan salir de nuestra zona de confort, utilizando siempre el mismo aire, más frío o más caliente, pero el mismo, por lo que al final es un aire viciado, que no circula, que nos aletarga, sin posibilidad de atrevernos a salir de ese lugar hecho a nuestra medida.
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